Y a fin de cuentas mi viejo tenía razón, había llegado el momento de empezar a trabajar duro para llegar a ser alguien importante. Se acabó eso de vender un poco de grifa a los cuatro pijos de las universidades cercanas al tugurio dónde vivía, debía apuntar más alto y reventarle los cojones a quién quiera que osara cruzarse en mi camino. Por suerte para mí conocía a todos los matones del barrio, así que lo primero que hice fue hacer unas cuantas promesas a diestro y siniestro que, junto con un buen puñado de parné a modo de incentivo, me sirvió para contratar un par de freelance con muy mala leche.
Después de eso decidí iniciarme en el negocio de la prostitución, en el que hasta ahora sólo había ejercido el papel de satisfecho cliente, y poner a mi servicio a unas cuantas putas a las que exprimir hasta que su herramienta de trabajo echara humo. Gracias a ellas y a la ayuda de mis nuevos socios, empezó lo que yo había dado en llamar “El reinado de T-Hustler”, aunque no tardé en ser conocido en el barrio como don “no me toques los cojones”.
Obviamente no pensaba encasillarme dentro del mercado de la prostitución por muy interesante que fuera poder probar el producto cómo y cuando me diera la gana, así que empecé a flirtear con el tráfico de drogas a mayor escala, dónde empezaron a surgir problemas de verdad: ajustes de cuentas, morosos a los que pasar factura, cuentas que no cuadran… debía empezar a tomarme las cosas muy en serio.
Mi verdadero reinado de terror empezó el día en que empecé a sospechar de uno de mis traficantes, al que habían atracado tres veces en un mismo mes y quitado todo el material. Me sorprendió especialmente el hecho de que todos los ataques se hubieran saldado con un algún que otro rasguño sin importancia para él. Fue por eso que decidí investigar hasta descubrir que el misterioso atracador no era otro que su hermano, cosa que no me hizo demasiada gracia. Aquél hijo de puta me estaba tomando por gilipollas.
Decidí hacerle una visita y, tras informarle de mi hallazgo y ver el terror reflejado en su rostro, le pateé la cara hasta que ni su propia madre pudiera reconocerlo, le rompí una pierna y le clavé una navaja en el brazo, dejándole una señal que le recordara que no era buena idea tomarme por imbécil. Tras eso tuve unos días de tranquilidad dónde todo parecía ir sobre ruedas hasta que una de mis prostitutas empezó a quedar con el mismo hombre demasiadas veces.
No me hubiera importado si no fuera porque el dinero que me llegaba no era equivalente al tiempo que pasaban juntos. ¿Una puta enamorada? ¿Esperaba que aquél imbécil se apiadara de ella y la sacara del mundo de la prostitución? ¿Dónde coño creía estar, en Pretty Woman? Decidí que había llegado el momento de hacerles ver que en el mundo real no pasan esa clase de cosas. Les haría una visita, una visita que no olvidarían jamás.
¡Esta es solamente una de las grandes aventuras que puedes vivir jugando a The Pimps! Un juego en español u otros idiomas y con una adictiva jugabilidad, la verdad muy interesante, aqui dejo unas fotos:


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